Formas de vitalidad: el color emocional de nuestras acciones
- Neurociencias Javeriana
- 30 sept
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Cuando alguien te hace un favor, digamos te alcanza un vaso de agua, no siempre lo recuerdas por el vaso mismo, sino por el modo en que lo hizo. Tal vez lo puso en tu mano con suavidad y cuidado, o lo dejó caer con desgano sobre la mesa, o incluso lo arrojó con brusquedad. En todos los casos, la acción es la misma,dar agua, pero el gesto cambia por completo su significado. Esa diferencia sutil, a veces invisible a primera vista, es la que da forma a nuestras interacciones cotidianas. No solo lo que hacemos, sino el cómo lo hacemos. La neurociencia llama a esos matices formas de vitalidad, y cada una de ellas transporta una huella emocional que el otro percibe, aun sin palabras.
Esta idea es el centro del estudio “Bridging feeling and motion: Insula–premotor dynamics in the processing of action vitality forms”, publicado en 2025 en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS). La investigación, realizada por Giovanni Di Cesare, Yury Koush, Peter Zeidman, Alessandra Sciutti, Karl Friston y Giacomo Rizzolatti, explora con imágenes cerebrales y modelos de conectividad cómo esas formas de vitalidad se generan en el cerebro, y de qué manera un estado afectivo interno puede transformar un simple movimiento en un gesto cargado de emoción. Ese estudio parte de una pregunta provocadora. Si sabemos que las acciones tienen un componente emocional, ¿cómo logra el cerebro permear cada gesto con esa emoción? Para explorarlo, los autores diseñaron una tarea en dos fases. Primero, inducir un estado afectivo; positiva (entusiasmo) o negativa (ira); y luego pedir a las personas que realizaran un gesto manteniendo ese color emocional. Mediante imágenes de resonancia magnética funcional, detectaron que durante la fase de sentir, antes de moverse, se activa la ínsula (INS) junto con la corteza prefrontal dorsolateral (PFC). Cuando se ejecuta la acción, esa activación se extiende al circuito parieto-frontal (incluyendo la corteza premotora, PM). Lo más revelador fue aplicar modelado causal dinámico (dynamic causal modeling) para inferir qué región gobierna a cuál. En la fase de sentir, la ínsula (en conjunto con la PFC) modula la actividad premotora; durante la acción, esa dirección se invierte. La señal motora proviene de la premotora y proyecta hacia la ínsula y prefrontal.
En otras palabras, antes de movernos, la emoción da la pauta; durante la acción, el movimiento cede retroalimentación al sentir. La PFC funciona como mediadora, asegurando que el tono afectivo no se distorsione en el trayecto entre emoción y acción. Hay un cuerpo de estudios anteriores que ya apuntaba hacia la ínsula como núcleo del procesamiento de formas de vitalidad. Por ejemplo, en estudios con análisis multivariado (MVPA), se demostró que el dorso-central de la ínsula contiene voxeles que discriminan formas de vitalidad, más que simples diferencias de velocidad (i.e. no es solo cuánto aceleramos, sino con qué “intención afectiva” lo hacemos). Asimismo, estudios de observación, imaginación y ejecución de gestos muestran que ese mismo sector de la ínsula se activa en las tres tareas, lo que sugiere una especie de “mecanismo espejo” para formas de vitalidad: percibir, imaginar o ejecutar un gesto generan solapamiento neuronal.
Estas conexiones apuntalan la idea de que la ínsula puede funcionar como un nodo que traduce señales del cuerpo (interocepción, estados viscerales) o del entorno social en modulaciones motoras con carga afectiva. En el estudio 2025, esa traducción emocional está precisamente en la dirección ínsula → premotora durante el sentir, y luego premotora → ínsula durante la acción, formando un circuito recíproco que dota de “color emocional” los movimientos.
Esto revela que nuestras acciones llevan un sello emocional que no es añadido después, sino tejido en su misma ejecución. Cada gesto, incluso el más mínimo, es un mensaje emocional y el cerebro dedica circuitos especiales para garantizar que ese mensaje no se pierda. Entender ese circuito tiene importantes implicaciones en la comunicación social, en terapias donde la expresión emocional está alterada, o en trastornos como el autismo, donde se ha observado que la percepción de “cómo se hace” (el cómo) puede estar deteriorada.
Al final, este estudio profundiza nuestra comprensión de la íntima relación entre sentir y mover. No somos máquinas puramente funcionales que ejecutan órdenes, sino que somos seres que actuan con intención emocional. En ese delicado vaivén entre emoción y gesto, el cerebro no solo ejecuta, también interpreta, matiza y retroalimenta.





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